Avanzó un paso y se puso
a un palmo escaso de la estantería, miró hacia arriba comprobando
su altura y a un lado y otro midiendo su longitud. Ante él se
hallaban millares de libros, ¿unos once mil había dicho el
Guardián? Ante él, se extendían miles de historias, miles de
personajes, batallas, amores... Pero ni venía buscando todas esas
historias ni tenía -ni nadie- de leer todos esos libros. Una
lástima, pero el Viajero no tenía tiempo de perderse en esos
pensamientos. Tenía que encontrar ese libro. Y cuanto antes.
Obviamente no podía comprobar libro por libro. Ni esa tremenda
biblioteca estaba ordenada. No sabía cómo pero tenía que saber qué
libro andaba buscando.
Entonces lo vio. No sabía
cómo ni por qué, pero sabía que aquel era el libro que buscaba.
Anduvo seis pasos a su derecha, junto a la estantería y se puso
frente al libro, que quedaba a la altura de su rostro. Lo analizó
con cierto detenimiento. No podía permitirse más que tres fallos,
esas eran las reglas que había puesto el Guardián. No podía
desperdiciarlos.
El lomo del libro tenía
un color verdoso, pero el Viajero dedujo que en otro tiempo había
sido de un magnífico y brillante verde esmeralda, pero los años, el
uso, el polvo y la humedad habían hecho su trabajo. Lo sacó de la
estantería, la razón seguía siendo un enigma en su cabeza pero
aquél era el libro que buscaba, lo sabía, tenía que serlo, todo
dependía de que lo fuera, y si no lo era, que al menos fuera uno de
los dos siguientes.
Apoyó el pesado tomo en
el suelo de piedra con la cubierta hacia arriba, se arrodilló frente
al libro y retiró la espesa capa de polvo que cubría la cubierta
con la palma de la mano y leyó el título, escrito con ya
desdibujados trazos de una esmerada caligrafía:
Love & Hate
Rhapsody
Ceara se acercó por el
pasillo trazado entre la estantería y la pared de piedra y se colocó
de pie tras el Viajero, de forma que podía ver bien el libro.
– ¿No tenías prisa? -murmuró, divertida al comprobar que el
Viajero continuaba mirando la portada del libro.- – Sí. Claro.
-dijo el Viajero con la garganta seca.-
El Viajero puso la mano
izquierda enguantada sobre la cubierta del libro esmeralda y tiró de
ella, la humedad había pegado algunas páginas. Buscó la página
donde comenzaba el texto y empezó a leer.
···
Llevaba tres horas
leyendo y ni siquiera había apartado la vista del libro un segundo,
y sólo había salido de la lectura para separar algunas hojas
pegadas por la humedad. Ceara lo había observado durante un rato,
pero se empezó a aburrir, fue hasta las estanterías de la zona
libre, cogió un libro cualquiera y volvió a la zona restringida con
el Viajero. Leía tumbada boca abajo en el suelo.
– ¡Aquí está! -gritó el Viajero- – ¿En serio? -preguntó
Ceara, poco interesada, pues estaba más atenta a su propia lectura.-
– Sí. Mira. -dijo el Viajero-
Ceara se levantó
cerrando el libro que estaba leyendo y dejándolo apoyado en una
estantería, para devolverlo después. El Viajero se había
incorporado y con el brazo derecho extendido hacia Ceara, sujetaba el
libro en el que se veía un grabado a doble página.
– Ajá... ¿y qué demonios es esto? -preguntó la chica,
decepcionada con el resultado de tanto esfuerzo-
–
Creo que está escrito como si fuera un círculo de transmutación.
-murmuró, sombrío, el Viajero.- – O sea que vamos a necesitar un
alquimista -dijo Ceara-
–
Peor. Vamos a necesitar un alquimista no corrupto -gruñó el
Viajero, desanimado.-
–
Pues, ¿a qué esperamos? -dijo Ceara-
–
Tengo que encontrar un modo de sacar este libro de aquí -dijo el
Viajero-
En efecto, las
condiciones que el Guardián había puesto para dejarles acceder a
aquella sección de la Gran Biblioteca eran muy simples; sólo podían
sacar tres libros de sus estantes y no podían sacarlos, bajo ningún
concepto de la biblioteca.
– Ya... -dijo Ceara- ¡Espera! Creo que ya sé cómo...
–
Tú dirás. -dijo el Viajero, encantado con la idea de que su
compañera de fatigas aportase por fin algo a la causa.-
···
Ceara salió al
vestíbulo, donde el Guardián esperaba sentado tras un mostrador.
– ¿A dónde vas? ¿Habéis terminado? -dijo el Guardián, con
calma, aunque su atronadora voz sonara siempre como una amenaza.-
–
No, pero el tipo este lleva tres horas leyendo, y me aburro. Voy a ir
a la parte común de la biblioteca, que hay una novela que quiero
leer desde hace tiempo -mintió Ceara, pero su dulce mirada y su cara
de no haber roto un plato, convenció al Guardián-
–
Perfecto. -sentenció el Guardián- Si quieres puedes llevarlo
prestado para leerlo en casa con calma.
–
¡Genial! -dijo Ceara, con fingido entusiasmo- Voy a por el libro.
Ceara corrió, alejándose
del Guardián y se perdió entre las estanterías. Entonces sacó el
libro esmeralda de su zurrón y buscó un libro de tamaño similar.
Tras unos minutos, encontró uno bastante nuevo, con un tamaño ideal
y tapas de piel oscura. Sacó un pequeño puñal del zurrón y con
pulso de cirujano cortó las tapas de piel y las del libro esmeralda,
las intercambió y las pegó a sus nuevas hojas con cera de las velas
de los candelabros «Aguantará hasta que salgamos de aquí» pensó.
Guardó el libro de nuevo en su estantería, ahora con sus "nuevas"
tapas verdosas y guardó Love & Hate Rhapsody" con sus
flamantes nuevas tapas de piel entre sus brazos.
Ceara abandonó el bosque
de estanterías y se dirigió al vestíbulo, donde llamó al
Guardián. Esperó a que apareciera admirando la cantidad de
volúmenes que podían encontrarse en aquella biblioteca. Ocho naves
con bóveda ojival partían del vestíbulo, una de ellas llevaba
hasta la puerta, el resto se hundían en las entrañas de roca del
acantilado, albergando montañas y montañas de libros. En un cálculo
rápido, Ceara pensó que en aquel lugar había varias decenas de
millones de libros, en las partes que ella veía, y no estaba segura
de que hubiera más. Se estaba fijando en la mimada ebanistería del
escritorio del Guardián, en el centro del vestíbulo, cuando éste
apareció entre las estanterías de una de las bóvedas. Estaba
lejísimos. Ceara no sabía cómo había podido oírla a esa
distancia.
–
¿Lo encontró? -preguntó el Guardián-
–
Sí, aquí lo llevo. -dijo agitando el libro un poco entre sus
brazos.
–
¿Quieres que te anote ya el préstamo? -preguntó el Guardián
amablemente- – Aún no. Cuando acabe mi compañero, vendremos los
dos.
–
De acuerdo.
Ceara anduvo
tranquilamente hasta el pasillo en el que el Viajero disimulaba
leyendo un libro cualquiera. Al verla, se incorporó y preguntó:
– ¿Lo has conseguido? – Sí. Es éste. -dijo Ceara tendiéndole
el libro-
–
Pues vámonos, antes de que me muera de asco, ¡qué coñazo de libro
éste! -dijo señalando el libro que había estado leyendo y antes de
colocarlo en su lugar en la estantería.-
Juntos caminaron hasta el
vestíbulo, donde el Guardián hablaba con unos recién llegados.
– ...pero ya no nos queda ningún ejemplar, aunque pueden ir hasta
la sección de cartografía y comprobar si hay otro libro que puede
serles de ayuda. -alcanzaron a oír al Guardián, que se despidió de
los nuevos visitantes con una reverencia, antes de volverse hacia
Ceara y el Viajero- ¿Habéis terminado ya?
–
Sí. -dijo el Viajero-
–
¿Encontró lo que buscaba? -preguntó el Guardián-
–
Sí, lo cierto es que sí -contestó el Viajero-
–
¿Ha necesitado consultar los tres libros? -curioseó el Guardián-
Tampoco sé cómo es exactamente, pero sé que no se pueden sacar más
de tres libros. Es un tanto mágico, ¿me entiende? Sencillamente al
ir a coger un cuarto libro, no podría.
–
Comprendo
–
Bien. Ahora, chiquilla, ¿me dejas el libro para que anote el
préstamo? – Claro. -dijo Ceara depositando Love & Hate
Rhapsody disfrazado sobre el mostrador.-
–
Crónicas de Nortwitd -leyó el Guardián en las falsas tapas- ¿le
gusta la fantasía épica, señorita?
–
Sí. Bastante.
–
Entonces lo encontrará muy interesante, créame. ¿Su nombre? -dijo
el Guardián-
–
Sirma Stonqil. -mintió rápidamente Ceara-
–
Perfecto. -sentenció el Guardián cuando anotó en un gran libro el
título del libro con el nombre de Sirma Stonqil- Bien, pues pueden
marcharse. Esperamos el libro de vuelta en un mes. No es necesario
que venga hasta aquí a entregarlo, si se lo envía por correo al
señor Bordick, él me lo hará llegar en cuanto su barco llegue a
Syrencall.
–
Gracias, muy amable, hasta luego. -dijo el Viajero-
-
Adiós. -se despidió Ceara-
Ambos salieron de la
biblioteca y se perdieron entre las calles adoquinadas de la ciudad.
El Viajero andaba sin rumbo, le apetecía pasear y Ceara lo seguía
sin preguntar. Cuando se acercaban al mar, justo antes de entrar en
la playa, el Viajero se detuvo, esbozó una sonrisa y murmuró:
–
¿Sirma Stonqil?
Los dos compañeros se
sentarion en la arena y rieron mientras veían al sol echarse a
dormir en el fondo del mar, poniendo fin a la melodía de ese día
con un agónico diminuendo.
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