martes, 5 de noviembre de 2013

Love & Hate Rhapsody: Capítulo VI

      Avanzó un paso y se puso a un palmo escaso de la estantería, miró hacia arriba comprobando su altura y a un lado y otro midiendo su longitud. Ante él se hallaban millares de libros, ¿unos once mil había dicho el Guardián? Ante él, se extendían miles de historias, miles de personajes, batallas, amores... Pero ni venía buscando todas esas historias ni tenía -ni nadie- de leer todos esos libros. Una lástima, pero el Viajero no tenía tiempo de perderse en esos pensamientos. Tenía que encontrar ese libro. Y cuanto antes. Obviamente no podía comprobar libro por libro. Ni esa tremenda biblioteca estaba ordenada. No sabía cómo pero tenía que saber qué libro andaba buscando.

      Entonces lo vio. No sabía cómo ni por qué, pero sabía que aquel era el libro que buscaba. Anduvo seis pasos a su derecha, junto a la estantería y se puso frente al libro, que quedaba a la altura de su rostro. Lo analizó con cierto detenimiento. No podía permitirse más que tres fallos, esas eran las reglas que había puesto el Guardián. No podía desperdiciarlos.

      El lomo del libro tenía un color verdoso, pero el Viajero dedujo que en otro tiempo había sido de un magnífico y brillante verde esmeralda, pero los años, el uso, el polvo y la humedad habían hecho su trabajo. Lo sacó de la estantería, la razón seguía siendo un enigma en su cabeza pero aquél era el libro que buscaba, lo sabía, tenía que serlo, todo dependía de que lo fuera, y si no lo era, que al menos fuera uno de los dos siguientes.

      Apoyó el pesado tomo en el suelo de piedra con la cubierta hacia arriba, se arrodilló frente al libro y retiró la espesa capa de polvo que cubría la cubierta con la palma de la mano y leyó el título, escrito con ya desdibujados trazos de una esmerada caligrafía:

Love & Hate Rhapsody

      Ceara se acercó por el pasillo trazado entre la estantería y la pared de piedra y se colocó de pie tras el Viajero, de forma que podía ver bien el libro.

– ¿No tenías prisa? -murmuró, divertida al comprobar que el Viajero continuaba mirando la portada del libro.- – Sí. Claro. -dijo el Viajero con la garganta seca.-

      El Viajero puso la mano izquierda enguantada sobre la cubierta del libro esmeralda y tiró de ella, la humedad había pegado algunas páginas. Buscó la página donde comenzaba el texto y empezó a leer.

···

      Llevaba tres horas leyendo y ni siquiera había apartado la vista del libro un segundo, y sólo había salido de la lectura para separar algunas hojas pegadas por la humedad. Ceara lo había observado durante un rato, pero se empezó a aburrir, fue hasta las estanterías de la zona libre, cogió un libro cualquiera y volvió a la zona restringida con el Viajero. Leía tumbada boca abajo en el suelo.

– ¡Aquí está! -gritó el Viajero- – ¿En serio? -preguntó Ceara, poco interesada, pues estaba más atenta a su propia lectura.- – Sí. Mira. -dijo el Viajero-

      Ceara se levantó cerrando el libro que estaba leyendo y dejándolo apoyado en una estantería, para devolverlo después. El Viajero se había incorporado y con el brazo derecho extendido hacia Ceara, sujetaba el libro en el que se veía un grabado a doble página.

– Ajá... ¿y qué demonios es esto? -preguntó la chica, decepcionada con el resultado de tanto esfuerzo-

– Creo que está escrito como si fuera un círculo de transmutación. -murmuró, sombrío, el Viajero.- – O sea que vamos a necesitar un alquimista -dijo Ceara-

– Peor. Vamos a necesitar un alquimista no corrupto -gruñó el Viajero, desanimado.-

– Pues, ¿a qué esperamos? -dijo Ceara-

– Tengo que encontrar un modo de sacar este libro de aquí -dijo el Viajero-

      En efecto, las condiciones que el Guardián había puesto para dejarles acceder a aquella sección de la Gran Biblioteca eran muy simples; sólo podían sacar tres libros de sus estantes y no podían sacarlos, bajo ningún concepto de la biblioteca.

– Ya... -dijo Ceara- ¡Espera! Creo que ya sé cómo...

– Tú dirás. -dijo el Viajero, encantado con la idea de que su compañera de fatigas aportase por fin algo a la causa.-

···

      Ceara salió al vestíbulo, donde el Guardián esperaba sentado tras un mostrador.

– ¿A dónde vas? ¿Habéis terminado? -dijo el Guardián, con calma, aunque su atronadora voz sonara siempre como una amenaza.-

– No, pero el tipo este lleva tres horas leyendo, y me aburro. Voy a ir a la parte común de la biblioteca, que hay una novela que quiero leer desde hace tiempo -mintió Ceara, pero su dulce mirada y su cara de no haber roto un plato, convenció al Guardián-

– Perfecto. -sentenció el Guardián- Si quieres puedes llevarlo prestado para leerlo en casa con calma.

– ¡Genial! -dijo Ceara, con fingido entusiasmo- Voy a por el libro.

      Ceara corrió, alejándose del Guardián y se perdió entre las estanterías. Entonces sacó el libro esmeralda de su zurrón y buscó un libro de tamaño similar. Tras unos minutos, encontró uno bastante nuevo, con un tamaño ideal y tapas de piel oscura. Sacó un pequeño puñal del zurrón y con pulso de cirujano cortó las tapas de piel y las del libro esmeralda, las intercambió y las pegó a sus nuevas hojas con cera de las velas de los candelabros «Aguantará hasta que salgamos de aquí» pensó. Guardó el libro de nuevo en su estantería, ahora con sus "nuevas" tapas verdosas y guardó Love & Hate Rhapsody" con sus flamantes nuevas tapas de piel entre sus brazos.

      Ceara abandonó el bosque de estanterías y se dirigió al vestíbulo, donde llamó al Guardián. Esperó a que apareciera admirando la cantidad de volúmenes que podían encontrarse en aquella biblioteca. Ocho naves con bóveda ojival partían del vestíbulo, una de ellas llevaba hasta la puerta, el resto se hundían en las entrañas de roca del acantilado, albergando montañas y montañas de libros. En un cálculo rápido, Ceara pensó que en aquel lugar había varias decenas de millones de libros, en las partes que ella veía, y no estaba segura de que hubiera más. Se estaba fijando en la mimada ebanistería del escritorio del Guardián, en el centro del vestíbulo, cuando éste apareció entre las estanterías de una de las bóvedas. Estaba lejísimos. Ceara no sabía cómo había podido oírla a esa distancia.

– ¿Lo encontró? -preguntó el Guardián-

– Sí, aquí lo llevo. -dijo agitando el libro un poco entre sus brazos.

– ¿Quieres que te anote ya el préstamo? -preguntó el Guardián amablemente- – Aún no. Cuando acabe mi compañero, vendremos los dos.

– De acuerdo.

      Ceara anduvo tranquilamente hasta el pasillo en el que el Viajero disimulaba leyendo un libro cualquiera. Al verla, se incorporó y preguntó:

– ¿Lo has conseguido? – Sí. Es éste. -dijo Ceara tendiéndole el libro-

– Pues vámonos, antes de que me muera de asco, ¡qué coñazo de libro éste! -dijo señalando el libro que había estado leyendo y antes de colocarlo en su lugar en la estantería.-

      Juntos caminaron hasta el vestíbulo, donde el Guardián hablaba con unos recién llegados.

– ...pero ya no nos queda ningún ejemplar, aunque pueden ir hasta la sección de cartografía y comprobar si hay otro libro que puede serles de ayuda. -alcanzaron a oír al Guardián, que se despidió de los nuevos visitantes con una reverencia, antes de volverse hacia Ceara y el Viajero- ¿Habéis terminado ya?

– Sí. -dijo el Viajero-

– ¿Encontró lo que buscaba? -preguntó el Guardián-

– Sí, lo cierto es que sí -contestó el Viajero-

– ¿Ha necesitado consultar los tres libros? -curioseó el Guardián- Tampoco sé cómo es exactamente, pero sé que no se pueden sacar más de tres libros. Es un tanto mágico, ¿me entiende? Sencillamente al ir a coger un cuarto libro, no podría.

– Comprendo

– Bien. Ahora, chiquilla, ¿me dejas el libro para que anote el préstamo? – Claro. -dijo Ceara depositando Love & Hate Rhapsody disfrazado sobre el mostrador.-

– Crónicas de Nortwitd -leyó el Guardián en las falsas tapas- ¿le gusta la fantasía épica, señorita?

– Sí. Bastante.

– Entonces lo encontrará muy interesante, créame. ¿Su nombre? -dijo el Guardián-

– Sirma Stonqil. -mintió rápidamente Ceara-

– Perfecto. -sentenció el Guardián cuando anotó en un gran libro el título del libro con el nombre de Sirma Stonqil- Bien, pues pueden marcharse. Esperamos el libro de vuelta en un mes. No es necesario que venga hasta aquí a entregarlo, si se lo envía por correo al señor Bordick, él me lo hará llegar en cuanto su barco llegue a Syrencall.

– Gracias, muy amable, hasta luego. -dijo el Viajero-

- Adiós. -se despidió Ceara-

      Ambos salieron de la biblioteca y se perdieron entre las calles adoquinadas de la ciudad. El Viajero andaba sin rumbo, le apetecía pasear y Ceara lo seguía sin preguntar. Cuando se acercaban al mar, justo antes de entrar en la playa, el Viajero se detuvo, esbozó una sonrisa y murmuró:

– ¿Sirma Stonqil?


      Los dos compañeros se sentarion en la arena y rieron mientras veían al sol echarse a dormir en el fondo del mar, poniendo fin a la melodía de ese día con un agónico diminuendo.  

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