Blanca Rodríguez
sábado, 30 de noviembre de 2013
martes, 26 de noviembre de 2013
Love & Hate Rhapsody: Capítulo VIII
Zephyr llevaba ya
tres horas en aquel cuarto, pero sólo ahora, que había terminado el
trabajo más duro, se dio cuenta del frío que hacía. Estaba sentado
en un taburete, contra la pared, a sus pies había un espacio grande
del cuarto en el que se dejaba libre el suelo de piedra. Sobre el
suelo Zephyr había colocado un gran pliego de papel, en el que había
encriptado en forma de círculo de transmutación la fórmula de una
nueva aleación en la que había estado trabajando los últimos
meses.
Contempló el
círculo de transmutación en el suelo y, satisfecho, subió las
escaleras que se abrían paso desde la puerta de la sala hasta la
superficie. Tras los 313 peldaños que había contado tras seis años
de continuas subidas y bajadas, salió al exterior. Ahora estaba en
el gran jardín de la casa en que vivía, propiedad de Heinrich
Wolfgang Wagner, al que se conocía como El Alquimista, pues era el
más viejo y sabio de los discípulos de Trismegisto. Zephyr también
era alquimista, había empezado a estudiar siendo muy pequeño. El
Alquimista fue su maestro, siempre decía que Zephyr tenía un gran
talento. Desde hacía un año, Zephyr sabía que lo que El Alquimista
llamaba talento se conocía como el Don. Era algo bastante extraño,
pero permitía a algunos alquimistas ser muy superiores, por ser
capaces de "ver" la composición de la materia para
cambiarla después. Zephyr aún no dominaba bien esta habilidad, pero
seguía aprendiendo con El Alquimista, aunque sus estudios reglados
ya habían terminado, y por eso, como pago por lo que le enseñaba,
Zephyr trabajaba para El Alquimista.
− ¡Franz!
-llamó una voz desde el otro lado del jardín-
Zephyr se
sobresaltó al oír que lo llamaban por su nombre de pila. Nadie lo
hacía. Bueno, excepto ella, Anna Rommel, una sobrina de El
Alquimista que vivía en la casa.
− Hola Anna
-contestó Zephyr, cuando la chica se acercó corriendo hasta él-
− ¿Has
terminado? -preguntó Anna impaciente-
− Tengo que
recoger el círculo y guardarlo en la biblioteca, pero sí. -dijo
Zephyr- ¿Por qué?
− Porque he
terminado mis tareas y pensé que quizás te gustaría llevarme al
pueblo con la
moto. - respondió Anna, con una voz muy dulce-
− ¿Sólo como
chófer o también como compañero? -ironizó Zephyr-
− ¡Tonto!
Como acompañante también -dijo Anna sonriendo.- Sabes que me gustas
mucho.
− Y tú sabes
que soy mayor para ti. -dijo Zephyr-
− Franz...
Sólo nos llevamos dos años. -insistió Anna-
− ¡Pero son
un mundo! En comparación con mis 17, tú eres una niña. -dijo
Zephyr-
Eso la dolió.
Anna abrió mucho los ojos, indignada, y se calló, se sentó en el
suelo y miró al cielo. Zephyr sabía que no debería haber dicho
eso. Sacó un paquete de tabaco del bolsillo del pantalón y se llevó
un cigarrillo a la boca. Se sentó junto a Anna y encendió su
cigarrillo ampapando la punta con dos líquidos distintos que
guardaba en pequeñas ampollas que sacó de su chaleco. A Anna le
asombró la habilidad y naturalidad con que Zephyr usaba sus
conocimientos de alquimia. Eso la animó a seguir con la
conversación.
− ¿Es porque
tienes miedo a mi tío? -dijo-
Zephyr calló
unos instantes y fumó silenciosamente.
− Puede. -dijo-
− Sé que si
pudiera elegirme un hombre, te eligiría a ti. -dijo Anna-
− Ese no es el
problema -dijo Zephyr e hizo una pausa- El problema es que Henry
confíe en mí como tu "hombre" y luego no cumpla
las expectativas.
− ¡Qué
ridículo eres! -rió Anna- Él confía en ti. Sus razones tendrá.
En lo importante sé que no vas a fallarme, Franz "Zephyr"
Sebastian.
Zephyr
permaneció callado unos segundos y luego dijo:
− Hemos dicho
que te llevo al pueblo en moto, ¿no?
···
Hacía unos cinco
minutos que habían salido de la finca de El Alquimista, cuando se
cruzaron con una pareja, un hombre y una mujer, que caminaban en
sentido contrario al que Zephyr y Anna avanzaban con la moto. Las
miradas de los dos caminantes se cruzaron con la de Zephyr, y el
alquimista se sobresaltó con el color de los ojos de los caminantes,
rojos los de él, aguamarina los de ella. "Son raros" pensó
Zephyr, "pero quizás no tanto como mi mechón azul".
lunes, 25 de noviembre de 2013
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Love & Hate Rhapsody: Capítulo VII
Ya había anochecido y
los dos compañeros seguían en la playa. Apenas veían nada, ya que
la única luz procedía de la ciudad a sus espaldas y de los
farolillos que los pescadores nocturnos llevaban en la proa de sus
barquichuelas. Más alejados de la costa y en embarcaciones un poco
más grandes los pescadores colgaban de las bordas unas lámparas
redondas y grandes, usadas para atraer a las gambas y otros
crustáceos. Visto desde la costa daba la impresión de que un puñado
de estrellas habían decidido bajar del cielo para darse un baño en
el frío mar. Ceara disfrutaba con el viento rozándole las mejillas
y enfriando su piel. Cuando tocaba su propio cuerpo lo notaba
demasiado caliente para su gusto y no le importaba que su temperatura
disminuyera. La joven abrió los ojos y miró al Viajero. Éste no
había cerrado los ojos como ella, sino que clavaba su mirada rojiza
en el horizonte, mientras su mano acariciaba Love & Hate
Rhapsody, que habían guardado en el macuto del Viajero.
− ¿Sabes? -dijo Ceara- Aún no sé cómo te llamas.
−
Ya. -soltó el Viajero por toda respuesta.-
−
Quería decir que cuál es tu nombre.
−
¿Tanta importancia tiene?
−
Hombre, a no ser que quieras que te llame Viajero siempre...
-insistió Ceara-
−
Puedes llamarme Doyle -dijo el Viajero sin mirar a a Ceara-
−
Eso es tu apellido, ¿no? -dijo Ceara- Yo quiero el nombre de pila.
−
Mira que eres pesada. -gruñó el Viajero, levantándose y echando a
caminar hacia la ciudad-
Ceara sólo se volvió
y observó cómo se alejaba. Cuando había avanzado unos diez metros
se detuvo y miró atrás. Ceara comprendió, se levantó y anduvo
hasta el Viajero.
− Me llamo Fiennes -dijo el Viajero- Fiennes Doyle. Pero, si no te
importa, prefiero Doyle. Me recuerda mis orígenes.
−
Irlandés hasta la médula, ¿eh? -bromeó Ceara-
−
Irlandés hasta la médula -contestó Doyle-
−
Muy bien, Doyle.
Sin decir nada, Doyle
caminó hacia el pueblo de nuevo y Ceara lo siguió, comprendiendo
que era hora de volver a la posada. Los recuerdos estaban apretando
el pecho del Viajero con fuerza. Al fin había encontrado el libro,
había vuelto a decir su nombre y había oído a Ceara pronunciarlo.
Notaba cómo el llanto rugía en su garganta y luchaba por salir.
Doyle llevaba demasiado tiempo negándose sentir nada y ahora tenía
una fuerza imparable dentro de sí.
El tacto de la mano de
Ceara sobre la suya fue como un bálsamo y lo calmó. Doyle no sabía
muy bien cuándo la chica había agarrado su mano, pero empezó a
sentirlo en ese momento. Nada parecía tener lógica, las cosas
sencillamente ocurrían, Doyle se sentía en una nube y apretó la
mano de Ceara. Ella se agarró de su brazo. Se detuvieron. Los meses
de búsqueda, el dolor y la preocupación se habían disuelto. Por
primera vez desde hacía mucho, el Viajero notaba que era Fiennes
Doyle y no el personaje que él mismo había montado. En su mundo
sólo existía Ceara, y sus labios eran el único objetivo. La besó.
El sol era ya un
recuerdo de otro tiempo, y Doyle y Ceara caminaban de la mano por la
calle principal de Syrencall. el semblante de Doyle el Viajero había
pasado de una inescrutable dureza a una infantil incredulidad. Ceara
por su parte sonreía feliz con el mismo carácter bisoño que su
compañero.
Sólo estaban a unos
pasos de la posada donde dormían cuando Ceara aminoró el paso, se
puso frente a Doyle y lo besó. Fue un beso apasionado y voraz, pero
Doyle se sorprendió de que Ceara fuera capaz de transmitir toda esa
ternura en un beso tan ávido de él.
El Viajero se dejó ir
en ese beso y cuando el tiempo ya se había detenido para la pareja,
bañada por la mezcla de luz anaranjada del farol de la posada y la
tibia luz purpúrea de la luna, Ceara rompió el contacto y se separó
de Doyle. Caminaron dando un rodeo, cogidos de la mano hasta que
volvieron a llegar a la posada. Ceara se alejó de él entrando en la
posada, arrojándole una sonrisa digna de un Dios que juega con los
mortales.
Doyle restó mirando
boquiabierto al lugar donde su compañera de viaje había
desaparecido en el fragor de las voces de los pescadores que bebían
en la posada. Cuando salió del trance, tan romántico como
apocalíptico en que la joven de ojos aguamarina le había imbuido,
siguió la estela de esos ojos tan pícaros como tiernos y, entrando
ya en la posada, subió al piso superior.
Se dedicó unos
segundos de silencio frente a la puerta del cuarto de Ceara antes de
golpear la puerta con los nudillos y atravesar el umbral. La estancia
era tan pequeña como su propia habitación. Sobre la cama estaba
sentada Ceara, de espaldas a él y desnuda de cintura para arriba. Al
oír la puerta la muchacha volvió la cabeza y vio a Doyle, con total
tranquilidad cogió la blusa de lino que reposaba a su derecha, sobre
la cama. Se la puso. Se levantó, caminó hasta Doyle y le preguntó:
− Hola, ¿qué quieres?
−
¿Yo? -respondió Doyle, titubeante- ...nada. Sólo darte las buenas
noches.
−
Pues ¡buenas noches! -dijo Ceara, y lo abrazó-
−
Buenas noches -dijo él, confundido-
Se encaminó a la
puerta y cuando tenía la mano sobre el pomo, Ceara dijo:
− Doyle -y esperó a que su interlocutor se volviera- Si me
hubieras dicho a lo que realmente venías... -se paró, su voz no
sonaba a reproche, sino que sonaba divertida- Así habría sido. Sé
más sincero la próxima vez.
−
De acuerdo -dijo Doyle tragando saliva-
Cuando ya atravesaba la
puerta, Ceara lo agarró de la gabardina, lo atrajo hacia sí y lo
besó.
− Buenas noches -murmuró Ceara-
Por toda respuesta,
Doyle se sonrió. Salió al pasillo y se sentó junto a la puerta de
su cuarto, en el suelo. No sabía porqué, pero esa chica, su
arrogancia y la paz que le transmitía le estaban hechizando.
sábado, 9 de noviembre de 2013
martes, 5 de noviembre de 2013
Love & Hate Rhapsody: Capítulo VI
Avanzó un paso y se puso
a un palmo escaso de la estantería, miró hacia arriba comprobando
su altura y a un lado y otro midiendo su longitud. Ante él se
hallaban millares de libros, ¿unos once mil había dicho el
Guardián? Ante él, se extendían miles de historias, miles de
personajes, batallas, amores... Pero ni venía buscando todas esas
historias ni tenía -ni nadie- de leer todos esos libros. Una
lástima, pero el Viajero no tenía tiempo de perderse en esos
pensamientos. Tenía que encontrar ese libro. Y cuanto antes.
Obviamente no podía comprobar libro por libro. Ni esa tremenda
biblioteca estaba ordenada. No sabía cómo pero tenía que saber qué
libro andaba buscando.
Entonces lo vio. No sabía
cómo ni por qué, pero sabía que aquel era el libro que buscaba.
Anduvo seis pasos a su derecha, junto a la estantería y se puso
frente al libro, que quedaba a la altura de su rostro. Lo analizó
con cierto detenimiento. No podía permitirse más que tres fallos,
esas eran las reglas que había puesto el Guardián. No podía
desperdiciarlos.
El lomo del libro tenía
un color verdoso, pero el Viajero dedujo que en otro tiempo había
sido de un magnífico y brillante verde esmeralda, pero los años, el
uso, el polvo y la humedad habían hecho su trabajo. Lo sacó de la
estantería, la razón seguía siendo un enigma en su cabeza pero
aquél era el libro que buscaba, lo sabía, tenía que serlo, todo
dependía de que lo fuera, y si no lo era, que al menos fuera uno de
los dos siguientes.
Apoyó el pesado tomo en
el suelo de piedra con la cubierta hacia arriba, se arrodilló frente
al libro y retiró la espesa capa de polvo que cubría la cubierta
con la palma de la mano y leyó el título, escrito con ya
desdibujados trazos de una esmerada caligrafía:
Love & Hate
Rhapsody
Ceara se acercó por el
pasillo trazado entre la estantería y la pared de piedra y se colocó
de pie tras el Viajero, de forma que podía ver bien el libro.
– ¿No tenías prisa? -murmuró, divertida al comprobar que el
Viajero continuaba mirando la portada del libro.- – Sí. Claro.
-dijo el Viajero con la garganta seca.-
El Viajero puso la mano
izquierda enguantada sobre la cubierta del libro esmeralda y tiró de
ella, la humedad había pegado algunas páginas. Buscó la página
donde comenzaba el texto y empezó a leer.
···
Llevaba tres horas
leyendo y ni siquiera había apartado la vista del libro un segundo,
y sólo había salido de la lectura para separar algunas hojas
pegadas por la humedad. Ceara lo había observado durante un rato,
pero se empezó a aburrir, fue hasta las estanterías de la zona
libre, cogió un libro cualquiera y volvió a la zona restringida con
el Viajero. Leía tumbada boca abajo en el suelo.
– ¡Aquí está! -gritó el Viajero- – ¿En serio? -preguntó
Ceara, poco interesada, pues estaba más atenta a su propia lectura.-
– Sí. Mira. -dijo el Viajero-
Ceara se levantó
cerrando el libro que estaba leyendo y dejándolo apoyado en una
estantería, para devolverlo después. El Viajero se había
incorporado y con el brazo derecho extendido hacia Ceara, sujetaba el
libro en el que se veía un grabado a doble página.
– Ajá... ¿y qué demonios es esto? -preguntó la chica,
decepcionada con el resultado de tanto esfuerzo-
–
Creo que está escrito como si fuera un círculo de transmutación.
-murmuró, sombrío, el Viajero.- – O sea que vamos a necesitar un
alquimista -dijo Ceara-
–
Peor. Vamos a necesitar un alquimista no corrupto -gruñó el
Viajero, desanimado.-
–
Pues, ¿a qué esperamos? -dijo Ceara-
–
Tengo que encontrar un modo de sacar este libro de aquí -dijo el
Viajero-
En efecto, las
condiciones que el Guardián había puesto para dejarles acceder a
aquella sección de la Gran Biblioteca eran muy simples; sólo podían
sacar tres libros de sus estantes y no podían sacarlos, bajo ningún
concepto de la biblioteca.
– Ya... -dijo Ceara- ¡Espera! Creo que ya sé cómo...
–
Tú dirás. -dijo el Viajero, encantado con la idea de que su
compañera de fatigas aportase por fin algo a la causa.-
···
Ceara salió al
vestíbulo, donde el Guardián esperaba sentado tras un mostrador.
– ¿A dónde vas? ¿Habéis terminado? -dijo el Guardián, con
calma, aunque su atronadora voz sonara siempre como una amenaza.-
–
No, pero el tipo este lleva tres horas leyendo, y me aburro. Voy a ir
a la parte común de la biblioteca, que hay una novela que quiero
leer desde hace tiempo -mintió Ceara, pero su dulce mirada y su cara
de no haber roto un plato, convenció al Guardián-
–
Perfecto. -sentenció el Guardián- Si quieres puedes llevarlo
prestado para leerlo en casa con calma.
–
¡Genial! -dijo Ceara, con fingido entusiasmo- Voy a por el libro.
Ceara corrió, alejándose
del Guardián y se perdió entre las estanterías. Entonces sacó el
libro esmeralda de su zurrón y buscó un libro de tamaño similar.
Tras unos minutos, encontró uno bastante nuevo, con un tamaño ideal
y tapas de piel oscura. Sacó un pequeño puñal del zurrón y con
pulso de cirujano cortó las tapas de piel y las del libro esmeralda,
las intercambió y las pegó a sus nuevas hojas con cera de las velas
de los candelabros «Aguantará hasta que salgamos de aquí» pensó.
Guardó el libro de nuevo en su estantería, ahora con sus "nuevas"
tapas verdosas y guardó Love & Hate Rhapsody" con sus
flamantes nuevas tapas de piel entre sus brazos.
Ceara abandonó el bosque
de estanterías y se dirigió al vestíbulo, donde llamó al
Guardián. Esperó a que apareciera admirando la cantidad de
volúmenes que podían encontrarse en aquella biblioteca. Ocho naves
con bóveda ojival partían del vestíbulo, una de ellas llevaba
hasta la puerta, el resto se hundían en las entrañas de roca del
acantilado, albergando montañas y montañas de libros. En un cálculo
rápido, Ceara pensó que en aquel lugar había varias decenas de
millones de libros, en las partes que ella veía, y no estaba segura
de que hubiera más. Se estaba fijando en la mimada ebanistería del
escritorio del Guardián, en el centro del vestíbulo, cuando éste
apareció entre las estanterías de una de las bóvedas. Estaba
lejísimos. Ceara no sabía cómo había podido oírla a esa
distancia.
–
¿Lo encontró? -preguntó el Guardián-
–
Sí, aquí lo llevo. -dijo agitando el libro un poco entre sus
brazos.
–
¿Quieres que te anote ya el préstamo? -preguntó el Guardián
amablemente- – Aún no. Cuando acabe mi compañero, vendremos los
dos.
–
De acuerdo.
Ceara anduvo
tranquilamente hasta el pasillo en el que el Viajero disimulaba
leyendo un libro cualquiera. Al verla, se incorporó y preguntó:
– ¿Lo has conseguido? – Sí. Es éste. -dijo Ceara tendiéndole
el libro-
–
Pues vámonos, antes de que me muera de asco, ¡qué coñazo de libro
éste! -dijo señalando el libro que había estado leyendo y antes de
colocarlo en su lugar en la estantería.-
Juntos caminaron hasta el
vestíbulo, donde el Guardián hablaba con unos recién llegados.
– ...pero ya no nos queda ningún ejemplar, aunque pueden ir hasta
la sección de cartografía y comprobar si hay otro libro que puede
serles de ayuda. -alcanzaron a oír al Guardián, que se despidió de
los nuevos visitantes con una reverencia, antes de volverse hacia
Ceara y el Viajero- ¿Habéis terminado ya?
–
Sí. -dijo el Viajero-
–
¿Encontró lo que buscaba? -preguntó el Guardián-
–
Sí, lo cierto es que sí -contestó el Viajero-
–
¿Ha necesitado consultar los tres libros? -curioseó el Guardián-
Tampoco sé cómo es exactamente, pero sé que no se pueden sacar más
de tres libros. Es un tanto mágico, ¿me entiende? Sencillamente al
ir a coger un cuarto libro, no podría.
–
Comprendo
–
Bien. Ahora, chiquilla, ¿me dejas el libro para que anote el
préstamo? – Claro. -dijo Ceara depositando Love & Hate
Rhapsody disfrazado sobre el mostrador.-
–
Crónicas de Nortwitd -leyó el Guardián en las falsas tapas- ¿le
gusta la fantasía épica, señorita?
–
Sí. Bastante.
–
Entonces lo encontrará muy interesante, créame. ¿Su nombre? -dijo
el Guardián-
–
Sirma Stonqil. -mintió rápidamente Ceara-
–
Perfecto. -sentenció el Guardián cuando anotó en un gran libro el
título del libro con el nombre de Sirma Stonqil- Bien, pues pueden
marcharse. Esperamos el libro de vuelta en un mes. No es necesario
que venga hasta aquí a entregarlo, si se lo envía por correo al
señor Bordick, él me lo hará llegar en cuanto su barco llegue a
Syrencall.
–
Gracias, muy amable, hasta luego. -dijo el Viajero-
-
Adiós. -se despidió Ceara-
Ambos salieron de la
biblioteca y se perdieron entre las calles adoquinadas de la ciudad.
El Viajero andaba sin rumbo, le apetecía pasear y Ceara lo seguía
sin preguntar. Cuando se acercaban al mar, justo antes de entrar en
la playa, el Viajero se detuvo, esbozó una sonrisa y murmuró:
–
¿Sirma Stonqil?
Los dos compañeros se
sentarion en la arena y rieron mientras veían al sol echarse a
dormir en el fondo del mar, poniendo fin a la melodía de ese día
con un agónico diminuendo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)