martes, 26 de noviembre de 2013

Love & Hate Rhapsody: Capítulo VIII

      Zephyr llevaba ya tres horas en aquel cuarto, pero sólo ahora, que había terminado el trabajo más duro, se dio cuenta del frío que hacía. Estaba sentado en un taburete, contra la pared, a sus pies había un espacio grande del cuarto en el que se dejaba libre el suelo de piedra. Sobre el suelo Zephyr había colocado un gran pliego de papel, en el que había encriptado en forma de círculo de transmutación la fórmula de una nueva aleación en la que había estado trabajando los últimos meses.

      Contempló el círculo de transmutación en el suelo y, satisfecho, subió las escaleras que se abrían paso desde la puerta de la sala hasta la superficie. Tras los 313 peldaños que había contado tras seis años de continuas subidas y bajadas, salió al exterior. Ahora estaba en el gran jardín de la casa en que vivía, propiedad de Heinrich Wolfgang Wagner, al que se conocía como El Alquimista, pues era el más viejo y sabio de los discípulos de Trismegisto. Zephyr también era alquimista, había empezado a estudiar siendo muy pequeño. El Alquimista fue su maestro, siempre decía que Zephyr tenía un gran talento. Desde hacía un año, Zephyr sabía que lo que El Alquimista llamaba talento se conocía como el Don. Era algo bastante extraño, pero permitía a algunos alquimistas ser muy superiores, por ser capaces de "ver" la composición de la materia para cambiarla después. Zephyr aún no dominaba bien esta habilidad, pero seguía aprendiendo con El Alquimista, aunque sus estudios reglados ya habían terminado, y por eso, como pago por lo que le enseñaba, Zephyr trabajaba para El Alquimista.

        − ¡Franz! -llamó una voz desde el otro lado del jardín-

       Zephyr se sobresaltó al oír que lo llamaban por su nombre de pila. Nadie lo hacía. Bueno, excepto ella, Anna Rommel, una sobrina de El Alquimista que vivía en la casa.

         − Hola Anna -contestó Zephyr, cuando la chica se acercó corriendo hasta él-

         − ¿Has terminado? -preguntó Anna impaciente-

         − Tengo que recoger el círculo y guardarlo en la biblioteca, pero sí. -dijo Zephyr- ¿Por qué?

         − Porque he terminado mis tareas y pensé que quizás te gustaría llevarme al pueblo con la moto. -                   respondió Anna, con una voz muy dulce-

         − ¿Sólo como chófer o también como compañero? -ironizó Zephyr-

         − ¡Tonto! Como acompañante también -dijo Anna sonriendo.- Sabes que me gustas mucho.

         − Y tú sabes que soy mayor para ti. -dijo Zephyr-

         − Franz... Sólo nos llevamos dos años. -insistió Anna-

         − ¡Pero son un mundo! En comparación con mis 17, tú eres una niña. -dijo Zephyr-

      Eso la dolió. Anna abrió mucho los ojos, indignada, y se calló, se sentó en el suelo y miró al cielo. Zephyr sabía que no debería haber dicho eso. Sacó un paquete de tabaco del bolsillo del pantalón y se llevó un cigarrillo a la boca. Se sentó junto a Anna y encendió su cigarrillo ampapando la punta con dos líquidos distintos que guardaba en pequeñas ampollas que sacó de su chaleco. A Anna le asombró la habilidad y naturalidad con que Zephyr usaba sus conocimientos de alquimia. Eso la animó a seguir con la conversación.

        − ¿Es porque tienes miedo a mi tío? -dijo-

        Zephyr calló unos instantes y fumó silenciosamente.

        − Puede. -dijo-

        − Sé que si pudiera elegirme un hombre, te eligiría a ti. -dijo Anna-

        − Ese no es el problema -dijo Zephyr e hizo una pausa- El problema es que Henry confíe en mí como             tu "hombre" y luego no cumpla las expectativas.

        − ¡Qué ridículo eres! -rió Anna- Él confía en ti. Sus razones tendrá. En lo importante sé que no vas a               fallarme, Franz "Zephyr" Sebastian.

        Zephyr permaneció callado unos segundos y luego dijo:

        − Hemos dicho que te llevo al pueblo en moto, ¿no?

···


      Hacía unos cinco minutos que habían salido de la finca de El Alquimista, cuando se cruzaron con una pareja, un hombre y una mujer, que caminaban en sentido contrario al que Zephyr y Anna avanzaban con la moto. Las miradas de los dos caminantes se cruzaron con la de Zephyr, y el alquimista se sobresaltó con el color de los ojos de los caminantes, rojos los de él, aguamarina los de ella. "Son raros" pensó Zephyr, "pero quizás no tanto como mi mechón azul".  

lunes, 25 de noviembre de 2013

Banda sonora: "Syrencall Serenade"

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Love & Hate Rhapsody: Capítulo VII

       Ya había anochecido y los dos compañeros seguían en la playa. Apenas veían nada, ya que la única luz procedía de la ciudad a sus espaldas y de los farolillos que los pescadores nocturnos llevaban en la proa de sus barquichuelas. Más alejados de la costa y en embarcaciones un poco más grandes los pescadores colgaban de las bordas unas lámparas redondas y grandes, usadas para atraer a las gambas y otros crustáceos. Visto desde la costa daba la impresión de que un puñado de estrellas habían decidido bajar del cielo para darse un baño en el frío mar. Ceara disfrutaba con el viento rozándole las mejillas y enfriando su piel. Cuando tocaba su propio cuerpo lo notaba demasiado caliente para su gusto y no le importaba que su temperatura disminuyera. La joven abrió los ojos y miró al Viajero. Éste no había cerrado los ojos como ella, sino que clavaba su mirada rojiza en el horizonte, mientras su mano acariciaba Love & Hate Rhapsody, que habían guardado en el macuto del Viajero.

− ¿Sabes? -dijo Ceara- Aún no sé cómo te llamas.

− Ya. -soltó el Viajero por toda respuesta.-

− Quería decir que cuál es tu nombre.

− ¿Tanta importancia tiene?

− Hombre, a no ser que quieras que te llame Viajero siempre... -insistió Ceara-

− Puedes llamarme Doyle -dijo el Viajero sin mirar a a Ceara-

− Eso es tu apellido, ¿no? -dijo Ceara- Yo quiero el nombre de pila.

− Mira que eres pesada. -gruñó el Viajero, levantándose y echando a caminar hacia la ciudad-

       Ceara sólo se volvió y observó cómo se alejaba. Cuando había avanzado unos diez metros se detuvo y miró atrás. Ceara comprendió, se levantó y anduvo hasta el Viajero.

− Me llamo Fiennes -dijo el Viajero- Fiennes Doyle. Pero, si no te importa, prefiero Doyle. Me recuerda mis orígenes.

− Irlandés hasta la médula, ¿eh? -bromeó Ceara-

− Irlandés hasta la médula -contestó Doyle-

− Muy bien, Doyle.

       Sin decir nada, Doyle caminó hacia el pueblo de nuevo y Ceara lo siguió, comprendiendo que era hora de volver a la posada. Los recuerdos estaban apretando el pecho del Viajero con fuerza. Al fin había encontrado el libro, había vuelto a decir su nombre y había oído a Ceara pronunciarlo. Notaba cómo el llanto rugía en su garganta y luchaba por salir. Doyle llevaba demasiado tiempo negándose sentir nada y ahora tenía una fuerza imparable dentro de sí.

       El tacto de la mano de Ceara sobre la suya fue como un bálsamo y lo calmó. Doyle no sabía muy bien cuándo la chica había agarrado su mano, pero empezó a sentirlo en ese momento. Nada parecía tener lógica, las cosas sencillamente ocurrían, Doyle se sentía en una nube y apretó la mano de Ceara. Ella se agarró de su brazo. Se detuvieron. Los meses de búsqueda, el dolor y la preocupación se habían disuelto. Por primera vez desde hacía mucho, el Viajero notaba que era Fiennes Doyle y no el personaje que él mismo había montado. En su mundo sólo existía Ceara, y sus labios eran el único objetivo. La besó.

       El sol era ya un recuerdo de otro tiempo, y Doyle y Ceara caminaban de la mano por la calle principal de Syrencall. el semblante de Doyle el Viajero había pasado de una inescrutable dureza a una infantil incredulidad. Ceara por su parte sonreía feliz con el mismo carácter bisoño que su compañero.

       Sólo estaban a unos pasos de la posada donde dormían cuando Ceara aminoró el paso, se puso frente a Doyle y lo besó. Fue un beso apasionado y voraz, pero Doyle se sorprendió de que Ceara fuera capaz de transmitir toda esa ternura en un beso tan ávido de él.

       El Viajero se dejó ir en ese beso y cuando el tiempo ya se había detenido para la pareja, bañada por la mezcla de luz anaranjada del farol de la posada y la tibia luz purpúrea de la luna, Ceara rompió el contacto y se separó de Doyle. Caminaron dando un rodeo, cogidos de la mano hasta que volvieron a llegar a la posada. Ceara se alejó de él entrando en la posada, arrojándole una sonrisa digna de un Dios que juega con los mortales.

       Doyle restó mirando boquiabierto al lugar donde su compañera de viaje había desaparecido en el fragor de las voces de los pescadores que bebían en la posada. Cuando salió del trance, tan romántico como apocalíptico en que la joven de ojos aguamarina le había imbuido, siguió la estela de esos ojos tan pícaros como tiernos y, entrando ya en la posada, subió al piso superior.

       Se dedicó unos segundos de silencio frente a la puerta del cuarto de Ceara antes de golpear la puerta con los nudillos y atravesar el umbral. La estancia era tan pequeña como su propia habitación. Sobre la cama estaba sentada Ceara, de espaldas a él y desnuda de cintura para arriba. Al oír la puerta la muchacha volvió la cabeza y vio a Doyle, con total tranquilidad cogió la blusa de lino que reposaba a su derecha, sobre la cama. Se la puso. Se levantó, caminó hasta Doyle y le preguntó:

− Hola, ¿qué quieres?

− ¿Yo? -respondió Doyle, titubeante- ...nada. Sólo darte las buenas noches.

− Pues ¡buenas noches! -dijo Ceara, y lo abrazó-

− Buenas noches -dijo él, confundido-

        Se encaminó a la puerta y cuando tenía la mano sobre el pomo, Ceara dijo:

− Doyle -y esperó a que su interlocutor se volviera- Si me hubieras dicho a lo que realmente venías... -se paró, su voz no sonaba a reproche, sino que sonaba divertida- Así habría sido. Sé más sincero la próxima vez.

− De acuerdo -dijo Doyle tragando saliva-

       Cuando ya atravesaba la puerta, Ceara lo agarró de la gabardina, lo atrajo hacia sí y lo besó.

− Buenas noches -murmuró Ceara-

       Por toda respuesta, Doyle se sonrió. Salió al pasillo y se sentó junto a la puerta de su cuarto, en el suelo. No sabía porqué, pero esa chica, su arrogancia y la paz que le transmitía le estaban hechizando.  

martes, 5 de noviembre de 2013

Love & Hate Rhapsody: Capítulo VI

      Avanzó un paso y se puso a un palmo escaso de la estantería, miró hacia arriba comprobando su altura y a un lado y otro midiendo su longitud. Ante él se hallaban millares de libros, ¿unos once mil había dicho el Guardián? Ante él, se extendían miles de historias, miles de personajes, batallas, amores... Pero ni venía buscando todas esas historias ni tenía -ni nadie- de leer todos esos libros. Una lástima, pero el Viajero no tenía tiempo de perderse en esos pensamientos. Tenía que encontrar ese libro. Y cuanto antes. Obviamente no podía comprobar libro por libro. Ni esa tremenda biblioteca estaba ordenada. No sabía cómo pero tenía que saber qué libro andaba buscando.

      Entonces lo vio. No sabía cómo ni por qué, pero sabía que aquel era el libro que buscaba. Anduvo seis pasos a su derecha, junto a la estantería y se puso frente al libro, que quedaba a la altura de su rostro. Lo analizó con cierto detenimiento. No podía permitirse más que tres fallos, esas eran las reglas que había puesto el Guardián. No podía desperdiciarlos.

      El lomo del libro tenía un color verdoso, pero el Viajero dedujo que en otro tiempo había sido de un magnífico y brillante verde esmeralda, pero los años, el uso, el polvo y la humedad habían hecho su trabajo. Lo sacó de la estantería, la razón seguía siendo un enigma en su cabeza pero aquél era el libro que buscaba, lo sabía, tenía que serlo, todo dependía de que lo fuera, y si no lo era, que al menos fuera uno de los dos siguientes.

      Apoyó el pesado tomo en el suelo de piedra con la cubierta hacia arriba, se arrodilló frente al libro y retiró la espesa capa de polvo que cubría la cubierta con la palma de la mano y leyó el título, escrito con ya desdibujados trazos de una esmerada caligrafía:

Love & Hate Rhapsody

      Ceara se acercó por el pasillo trazado entre la estantería y la pared de piedra y se colocó de pie tras el Viajero, de forma que podía ver bien el libro.

– ¿No tenías prisa? -murmuró, divertida al comprobar que el Viajero continuaba mirando la portada del libro.- – Sí. Claro. -dijo el Viajero con la garganta seca.-

      El Viajero puso la mano izquierda enguantada sobre la cubierta del libro esmeralda y tiró de ella, la humedad había pegado algunas páginas. Buscó la página donde comenzaba el texto y empezó a leer.

···

      Llevaba tres horas leyendo y ni siquiera había apartado la vista del libro un segundo, y sólo había salido de la lectura para separar algunas hojas pegadas por la humedad. Ceara lo había observado durante un rato, pero se empezó a aburrir, fue hasta las estanterías de la zona libre, cogió un libro cualquiera y volvió a la zona restringida con el Viajero. Leía tumbada boca abajo en el suelo.

– ¡Aquí está! -gritó el Viajero- – ¿En serio? -preguntó Ceara, poco interesada, pues estaba más atenta a su propia lectura.- – Sí. Mira. -dijo el Viajero-

      Ceara se levantó cerrando el libro que estaba leyendo y dejándolo apoyado en una estantería, para devolverlo después. El Viajero se había incorporado y con el brazo derecho extendido hacia Ceara, sujetaba el libro en el que se veía un grabado a doble página.

– Ajá... ¿y qué demonios es esto? -preguntó la chica, decepcionada con el resultado de tanto esfuerzo-

– Creo que está escrito como si fuera un círculo de transmutación. -murmuró, sombrío, el Viajero.- – O sea que vamos a necesitar un alquimista -dijo Ceara-

– Peor. Vamos a necesitar un alquimista no corrupto -gruñó el Viajero, desanimado.-

– Pues, ¿a qué esperamos? -dijo Ceara-

– Tengo que encontrar un modo de sacar este libro de aquí -dijo el Viajero-

      En efecto, las condiciones que el Guardián había puesto para dejarles acceder a aquella sección de la Gran Biblioteca eran muy simples; sólo podían sacar tres libros de sus estantes y no podían sacarlos, bajo ningún concepto de la biblioteca.

– Ya... -dijo Ceara- ¡Espera! Creo que ya sé cómo...

– Tú dirás. -dijo el Viajero, encantado con la idea de que su compañera de fatigas aportase por fin algo a la causa.-

···

      Ceara salió al vestíbulo, donde el Guardián esperaba sentado tras un mostrador.

– ¿A dónde vas? ¿Habéis terminado? -dijo el Guardián, con calma, aunque su atronadora voz sonara siempre como una amenaza.-

– No, pero el tipo este lleva tres horas leyendo, y me aburro. Voy a ir a la parte común de la biblioteca, que hay una novela que quiero leer desde hace tiempo -mintió Ceara, pero su dulce mirada y su cara de no haber roto un plato, convenció al Guardián-

– Perfecto. -sentenció el Guardián- Si quieres puedes llevarlo prestado para leerlo en casa con calma.

– ¡Genial! -dijo Ceara, con fingido entusiasmo- Voy a por el libro.

      Ceara corrió, alejándose del Guardián y se perdió entre las estanterías. Entonces sacó el libro esmeralda de su zurrón y buscó un libro de tamaño similar. Tras unos minutos, encontró uno bastante nuevo, con un tamaño ideal y tapas de piel oscura. Sacó un pequeño puñal del zurrón y con pulso de cirujano cortó las tapas de piel y las del libro esmeralda, las intercambió y las pegó a sus nuevas hojas con cera de las velas de los candelabros «Aguantará hasta que salgamos de aquí» pensó. Guardó el libro de nuevo en su estantería, ahora con sus "nuevas" tapas verdosas y guardó Love & Hate Rhapsody" con sus flamantes nuevas tapas de piel entre sus brazos.

      Ceara abandonó el bosque de estanterías y se dirigió al vestíbulo, donde llamó al Guardián. Esperó a que apareciera admirando la cantidad de volúmenes que podían encontrarse en aquella biblioteca. Ocho naves con bóveda ojival partían del vestíbulo, una de ellas llevaba hasta la puerta, el resto se hundían en las entrañas de roca del acantilado, albergando montañas y montañas de libros. En un cálculo rápido, Ceara pensó que en aquel lugar había varias decenas de millones de libros, en las partes que ella veía, y no estaba segura de que hubiera más. Se estaba fijando en la mimada ebanistería del escritorio del Guardián, en el centro del vestíbulo, cuando éste apareció entre las estanterías de una de las bóvedas. Estaba lejísimos. Ceara no sabía cómo había podido oírla a esa distancia.

– ¿Lo encontró? -preguntó el Guardián-

– Sí, aquí lo llevo. -dijo agitando el libro un poco entre sus brazos.

– ¿Quieres que te anote ya el préstamo? -preguntó el Guardián amablemente- – Aún no. Cuando acabe mi compañero, vendremos los dos.

– De acuerdo.

      Ceara anduvo tranquilamente hasta el pasillo en el que el Viajero disimulaba leyendo un libro cualquiera. Al verla, se incorporó y preguntó:

– ¿Lo has conseguido? – Sí. Es éste. -dijo Ceara tendiéndole el libro-

– Pues vámonos, antes de que me muera de asco, ¡qué coñazo de libro éste! -dijo señalando el libro que había estado leyendo y antes de colocarlo en su lugar en la estantería.-

      Juntos caminaron hasta el vestíbulo, donde el Guardián hablaba con unos recién llegados.

– ...pero ya no nos queda ningún ejemplar, aunque pueden ir hasta la sección de cartografía y comprobar si hay otro libro que puede serles de ayuda. -alcanzaron a oír al Guardián, que se despidió de los nuevos visitantes con una reverencia, antes de volverse hacia Ceara y el Viajero- ¿Habéis terminado ya?

– Sí. -dijo el Viajero-

– ¿Encontró lo que buscaba? -preguntó el Guardián-

– Sí, lo cierto es que sí -contestó el Viajero-

– ¿Ha necesitado consultar los tres libros? -curioseó el Guardián- Tampoco sé cómo es exactamente, pero sé que no se pueden sacar más de tres libros. Es un tanto mágico, ¿me entiende? Sencillamente al ir a coger un cuarto libro, no podría.

– Comprendo

– Bien. Ahora, chiquilla, ¿me dejas el libro para que anote el préstamo? – Claro. -dijo Ceara depositando Love & Hate Rhapsody disfrazado sobre el mostrador.-

– Crónicas de Nortwitd -leyó el Guardián en las falsas tapas- ¿le gusta la fantasía épica, señorita?

– Sí. Bastante.

– Entonces lo encontrará muy interesante, créame. ¿Su nombre? -dijo el Guardián-

– Sirma Stonqil. -mintió rápidamente Ceara-

– Perfecto. -sentenció el Guardián cuando anotó en un gran libro el título del libro con el nombre de Sirma Stonqil- Bien, pues pueden marcharse. Esperamos el libro de vuelta en un mes. No es necesario que venga hasta aquí a entregarlo, si se lo envía por correo al señor Bordick, él me lo hará llegar en cuanto su barco llegue a Syrencall.

– Gracias, muy amable, hasta luego. -dijo el Viajero-

- Adiós. -se despidió Ceara-

      Ambos salieron de la biblioteca y se perdieron entre las calles adoquinadas de la ciudad. El Viajero andaba sin rumbo, le apetecía pasear y Ceara lo seguía sin preguntar. Cuando se acercaban al mar, justo antes de entrar en la playa, el Viajero se detuvo, esbozó una sonrisa y murmuró:

– ¿Sirma Stonqil?


      Los dos compañeros se sentarion en la arena y rieron mientras veían al sol echarse a dormir en el fondo del mar, poniendo fin a la melodía de ese día con un agónico diminuendo.