Zephyr
entró en la calle principal de Beunel disfrutando del contacto con
Anna, sentada tras él en la motocicleta. Al pasar por las calles la
gente saludaba reservadamente a Zephyr. Lo conocían bien, era
prácticamente el único habitante de la finca de El Alquimista que
viajaba a Beunel, pero la gente de a pie solía ser reservada con los
alquimistas. Zephyr lo justificaba como la espresión que tenían del
miedo hacia lo desconocido.
Todo
el mundo daba por sentada la calidad de los objetos que los
alquimistas fabricaban, pero nadie quería saber cómo lo hacían.
Algunos supersticiosos hablaban de magia negra. La gente con mayor
cultura hablaba de ciencia y a pesar de la seguridad de su
información, no se acercaban mucho. La realidad era que la alquimia
vivía de una forma casi clandestina, como un secreto a voces. La
implantación del Nuevo Orden, y el establecimiento de la alquimia
como una práctica reservada casi en exclusiva para los militares no
facilitaba la apertura de la gente hacia la alquimia, ya que había
quedado vinculada a la autoridad del Ejército. La mayoría de los
habitantes de Beunel, no obstante, eran mucho más abiertos, a base
de años de convivencia con los alquimistas.
Zephyr
paró su motocicleta frente a la tienda de químicos de Beunel. Era
fácil encontrar estas tiendas en las zonas rurales, pues vendían
varios compuestos muy utilizados en agricultura, pero la de Beunel
era especialmente grande por los suministros que pedían los
alquimistas de la Finca. Zephyr apagó el motor de su vehículo y
bajó, ayudando a Anna a hacer lo mismo.
— Tengo
que dejarle a Leumann la lista de los suministros, luego vamos a
tomar una cerveza. -dijo Zephyr a Anna.-
— Vale,
no te preocupes, haz lo que tengas que hacer. -contestó la chica con
una sonrisa.-
— ¡Vamos!
-dijo Zephyr devolviéndosela-
El
joven alquimista entró en la tienda de Leumann. Zephyr adoraba esa
tienda. La familia Leumann había llevado esa tienda desde hacía
cinco generaciones y en ese lapso de más de un siglo la tienda
apenas había cambiado, y tenía el aspecto de una antigua botica. Al
entrar, Zephyr no vio a Leumann pero llegó a su cerebro un olor
familiar.
— ¿Estás
haciendo polvo de plata, Leumann? -dijo el chico para que se le oyera
desde la trastienda.-
De
la puerta situada tras el mostrador salió Richard Leumann, un hombre
delgado de cerca de la cuarentena, con el pelo corto entrecano y que
lucía una barba bien recortada.
— En
realidad estaba haciendo virutas, pero sí, era plata. -contestó al
llegar al mostrador.-
Sonrió.
Era un tipo alegre y culto, a Zephyr le caía muy bien. Además
mientras aún era estudiante le regalaba los materiales que precisaba
cuando no tenía dinero.
— Y,
¿qué va a ser hoy, Zephyr? -dijo Leumann.-
— Pues…
aquí lo tiene todo. -dijo Zephyr sacando una lista de papel de su
chaleco.- Volveremos en un par de horas, ¿lo tendrá todo listo?
— Sí,
sin problema. -dijo Leumann repasando la lista rápidamente.-
— Buenas
tardes entonces, luego paso por aquí.
Zephyr
y Anna salieron de la tienda de Leumann y se acercaron a la plaza
central de Beunel en la que estaban las tres tabernas del pueblo.
Mientras se acercaban a una de las tabernas, entró un camión
militar en la plaza. De él bajaron cinco hombres; cuatro soldados y
un oficial, unos cuantos más se quedaron en el interior.
La
cara de ese oficial le era familiar a Zephyr. Kurt Hessler. Había
sido alumo de El Alquimista, como él, y durante el tiempo que
estudiaron juntos, Hessler rivalizaba con Zephyr, ya que le
aventajaba a pesar de ser mucho más joven.
Al
verlo, Zephyr aceleró y entró en la taberna, pidió dos cervezas y
se sentó con Anna en una mesa junto a la ventana, desde la que,
grtacias a una cortina podía ver sin ser visto.
— ¿Qué
ocurre, Franz? -preguntó Anna.-
— ¿Has
visto a esos militares? -dijo Zephyr.-
— Sí,
claro. -respondió la chica.-
— El
oficial era alumno de tu tío, estudió conmigo, éramos enemigos. No
me da buena espina que esté aquí.
— ¿Y
está en el Ejército? -preguntó Anna- Mi tío no deja que sus
alumnos se hagan militares.
— Con
él es más complejo. -empezó Zephyr- Cuando entró a la enseñanza
de tu tío parecía más atraído por destacar, por ser nominalmente
un alquimista que por aprender. Henry suele echar a los alumnos con
estas pretensiones, pero él es más inteligente que todo eso. No vio
que era así hasta que pasó el tiempo. -Zephyr se detuvo, Hessler
estaba parando a los ciudadanos, mientras les enseñaba una hoja de
papel. La mayoría de los vecinos negaban con la cabeza al hablar con
él.- Perdona, iba diciendo que Henry no pudo verlo. Las cosas
empezaron a ponerse feas, él quería destacar pero no podía
superarme, yo era el mejor de la clase.
— Eres
un deshecho de humildad, Franz. -se rió Anna.-
— Intento
ser objetivo. Yo era mejor, mis calificaciones eran mejores, aprendía
más rápido… y tenía 12 años, él 18. Y eso le hacía enfadar.
Después del primer año, Hessler empezó a sabotearme algunos
proyectos. Yo al principio no me daba cuenta; él era muy discreto y
yo muy estúpido, creía que eran mis errores los que provocaban los
fallos. A pesar de que mis calificaciones bajaban gracias a su
intervención, no era suficiente para él. Quería que yo me diera
cuenta, que sufriese por lo que me hacía. Así que empezó a hacer
sus sabotajes evidentes. Aunque yo lo veía me daba miedo enfrentarme
a él, de modo que corregía mis proyectos, algunas veces empezando
desde cero y los protegía para que no pudiera adulterarlos. Mis
notas volvieron a subir y esto, unido a que seguía sin entrar en su
juego, hizo que pasara a mayores. Me retó a un duelo. Y acepté.
— ¡Franz!
-se quejó la chica haciendo que su pelo se agitara con el movimiento
de cabeza- Los duelos no son para gente como tú, son para quien no
sabe usar otra cosa que la fuerza bruta.
— La
esgrima es más que fuerza bruta, Anna. -dijo Zephyr con calma- Tu
tío sin ir más lejos fue un gran espadachín mientras la juventud
se lo permitió. De hecho, él enseñó a mi padre, y él fue quien
me enseñó a mí. Además, Hessler me provocó. Insultó a mis
padres. Dijo que si eran torpes alquimistas se merecían el
accidente, ante esta afrenta, resolví aceptar el duelo. Nos citamos
un día antes del amanecer, para que Henry no se enterase. Vencí, le
hice un corte en la cara. Él era muy bueno con la espada, de hecho
estoy seguro de que su habilidad le ha hecho progresar tan rápido en
la escala militar. Por los galones que he visto, ahora es capitán y
sólo tiene 23 años. Ser alquimista ayudará también supongo. Ese
día su habilidad se perdió entre su furia. Yo por el contrario
mantuve la calma, ante todo quería protegerme, salir ileso, y él
quería herirme. En medio de sus ataques furibundos cometió un
error, se arriesgó demasiado y le corté accidentalmente. Los gritos
de dolor de Hessler y las alabanzas y quejas de nuestros compañeros
despertaron a tu tío.
»
Nos interrogó a ambos y resolvió que yo había sido afrentado. Me
tocó un duro castigo, pero a él le dijo que si no cambiaba de
actitud tendría que echarle de su tutela. A Hessler no le gustó
nada esto, se enfadó y dijo que buscaría otro maestro. Se fue al
día siguiente y unos meses más tarde nos enteramos de que había
ingresado en la Escuela Militar de Alquimia de Berlín. Cuando
ingresó denunció a Henry y tuvo que enfrentarse a un par de
inspecciones, pero no encontraron nada, así que todo quedó
tranquilo en poco tiempo. Eso es lo último que supimos de Kurt
Hessler. Hasta hoy.
— ¿Entonces
crees que está aquí para detener a mi tío? ¿O a tí? -dijo Anna,
asustada-
— No
creo. Nos guarda rencor, seguro, pero mira. Ese papel que enseña es
un cartel de busca y captura. Si nos buscase a mí o a tu tío,
sabría donde encontrarnos, y los vecinos también. Debe buscar a
algún forajido o un disidente. Aún así no me gusta que esté aquí.
— ¿Forajidos?
Podrían ser la pareja que nos cruzamos por el camino, no les había
visto nunca y por aquí no vienen muchos turistas, y menos a pie.
— ¡Tienes
razón! Y por el camino que llevaban, podrían estar cerca de la
Finca. -dijo Zephyr- Vámonos, tenemos que avisar a tu tío, por si
acaso.
Zephyr
apuró la jarra de cerveza y se puso el abrigo largo que llevaba.
Entonces se echó la coleta por encima del hombro. El accidente
químico que mató a sus padres le había dejado una curiosa marca,
que era el pelo de su nuca, de un extraño color azul en contraste
con el resto de su cabeza, en que el pelo era negro. Cuando era niño
se avergonzaba de su marca y solía teñirse ese mechón. Cuando
creció le resultó una cuestión de orgullo, y se dejaba larga esa
parte a modo de coleta. Aunque le daba un aspecto misterioso y
especial, también lo hacía fácil de reconocer, y eso era lo que
quería evitar ahora.
— Anna
-dijo Zephyr- Déjame tu bufanda.
— ¿Por
qué?
— Quiero
taparme la coleta, no quiero que me reconozca.
Anna
le dejó la bufanda y se ocultó la coleta con ella. Después y con
cautela salieron de la taberna. La calle en la que estaba la tienda
de Leumann y por la que se llegaba directamente a la plaza estaba
frente a la taberna, pero para llegar a ella tenían que pasar por
delante de los militares, así que Zephyr guió a Anna y la sacó por
la calle que salía del lateral de la taberna. Dando un rodeo
volvieron a la calle principal más adelante, unos metros por delante
de la tienda de Richard Leumann y la motocicleta.
Zephyr
entró a recoger el pedido, avisando a Leumann de la presencia de la
patrulla. Metió el pedido en las alforjas de lona de la moto y con
Anna agarrada a su cintura aceleró para llegar cuanto antes a la
Finca. Una extraña sensación oprimía su pecho, un recuerdo de la
mezcla de ira y miedo que se posó en su corazón la mañana que
venció al hombre del que ahora huía.