miércoles, 30 de octubre de 2013

Love & Hate Rhapsody: Capítulo V

     La lluvia golpeaba los pliegues plateados de las olas, fusionando el sonido de las gotas al caer con el rugido del mar agitado. Desde el puerto de Vlissingen el ruido del océano y la tormenta eran la base rítmica de cada día, al salir a faenar y al volver para poner el pescado en venta. Por la noche tras los vidrios de las tabernas. Los habitantes de aquella ciudad holandesa estaban tan acostumbrados a aquel estruendo que no podían apreciar su furia, ni su belleza.

     No era así para el Viajero y su compañera. Habían llegado aquella mañana a Vlissingen, después de partir desde Ámsterdam, donde les había dejado el tren que tomaron en París. El Viajero se había impacientado al llegar a la ciudad portuaria y fue enseguida a la zona costera para preguntar por Bordick, siguiendo los consejos que le había dado el señor Payré. Jan Bordick era un marinero que se dedicaba al transporte de pasajeros entre Vlissingen y la Gran Biblioteca en Syrencall además de otras dos o tres ciudades de la costa oriental de Inglaterra. Cuando el Viajero y Ceara llegaron al puerto, Bordick se encontraba en el mar, haciendo uno de los trayectos, así que esperaban desayunando en una de las tabernas, cuyas vitrinas tenían vistas directas al mar.

- ¿Me vas a explicar qué biblioteca es esa a la que vamos? -preguntó Ceara cuando terminó las tostadas-

- ¿No te cansas nunca? Dos horas de tren preguntando lo mismo. Pensé que habías desistido. -dijo el Viajero, hastiado-

- Sé que hay cosas "secretas" que no me puedes contar, pero al menos podré saber a dónde me llevas, supongo.

- Mira que eres testaruda.

- ¿Y lo que te gusta? Mantengo vivo tu ingenio de lobo solitario.

- En fin... La Gran Biblioteca es el último bastión de todos los conocimientos... poco académicos. Esotéricos, mágicos... Ese tipo de cosas. ¿Has oído hablar de los alquimistas?

- Sí, claro. En mi colegio teníamos bastantes cosas hechas por alquimistas, pero nunca he sabido qué hacen exactamente.

- Yo tampoco lo sé muy bien, su disciplina es algo bastante desconocido. Además de que la gente no hace preguntas por la estúpida superstición, pero tengo entendido que de alguna forma cambian la estructura, la forma de la materia. El alma de las cosas, si lo prefieres. De esa forma consiguen objetos con propiedades asombrosas.

- ¿Funciona así? Qué curioso. Parece muy científico, no tan mágico como dicen.

- La magia no es más que ciencia bien entendida y bien aplicada. Al menos hasta donde yo sé. Aunque no comprendamos algo por muy mágico que parezca, siempre hay una respuesta detrás, sólo que aún no la conocemos.

     Los dos compañeros se detuvieron a beber sus respectivos cafés y a contemplar el mar picado. Durante la conversación de la noche en que se conocieron y el viaje en tren desde París a Ámsterdam, Ceara se sorprendía de lo fácil que le resultaba al Viajero profundizar en un tema. Se parecía a sus profesores del colegio cuando hablaban de su asignatura. Aquel joven con mirada de anciano había fascinado a la chica de una forma increíble. Algo en su mente se había roto al escapar y todos los fantasmas que la educación había dejado en su cabeza habían ido desapareciendo de uno en uno.

     Hacía unos meses habría sido impensable para Ceara Hettfield huir del internado y viajar con un desconocido hacia donde él la llevara. Pero había algo en su corazón que batía por volver a lo imprevisible, a lo salvaje. Algo en su interior la había sacado del automatismo de la vida cotidiana y
la empujaba a vivir.

- Viajero... -comenzó la chica hasta que su compañero la miró de nuevo- ¿Entonces los libros de esa biblioteca explican las cosas mágicas?

- No sé si decirlo así... Sé que tratan de eso. Aunque nosotros sólo buscamos uno, Love & Hate Rhapsody.

     Ceara dejó la conversación, el Viajero acababa de ver cómo se acercaba un barco al puerto, y aunque hasta media hora después no habría atracado, su compañero ya había salido al muelle a esperar. Cuando aquella embarcación hubo llegado a la costa, Bordick bajó de ella y tras cruzar unas palabras con un anciano que estaba ayudando a amarrar su buque, echó a andar bajo la lluvia en dirección al Viajero y Ceara. El marinero era un hombre de unos cuarenta años con el pelo rubio entrecano, corpulento y un par de centímetros más bajo que el Viajero. Tenía la cara cruzada por un millar de arrugas, entre las que brillaban sus ojos grises, astutos y alegres. Entre la barba de tres días lucía una sonrisa amplia.

- Me han dicho que vais a Syrencall. Yo soy Jan Bordick. -dijo el marinero en un perfecto inglés-

- Así es. ¿Cuando vuelve a salir su barco? -preguntó, impaciente, el Viajero-

- Mmm... no hay una hora exacta, pero mis hombres necesitan un descanso y si saliéramos dentro de media hora estaríamos de vuelta para comer en casa, así que supongo que en ese tiempo saldremos. Pueden subir a bordo y dejar su equipaje si quieren, sentarse incluso.

- Eso haremos, muchas gracias señor Bordick.
···


     La espuma del mar jugueteaba con el casco del barco de Bordick mientras se acercaba a la costa de Syrencall. Apoyado en la borda de proa, el Viajero vio por primera vez la ciudad en la que vivían sus desvelos y esperanzas. Parecía sacada de otro siglo. Se encontraba encajada en los acantilados, inaccesible desde tierra. Más que una ciudad eran un montón de casas apiñadas en torno a una calle que llevaba directamente desde el puerto hasta un edificio gigantesco de planta redonda con una enorme cúpula. La Gran Biblioteca. A su lado Ceara se frotó los hombros acusando el frío y el viento, y el Viajero la rodeó con el brazo. No dejó de mirar la imponente figura de la Gran Biblioteca hasta que no hubo desembarcado, y una vez con los pies en Syrencall sintió que estaba respirando un momento decisivo. Su momento.  

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